Biografía breve de Santa Hildegarda

Este sitio web está dedicado a Santa Hildegarda de Bingen, que es una santa relativamente desconocida en España pero de la que cada día, esperamos, se oirá hablar más.

Hasta ahora en España eran pocos, fuera de aquellos que habían tenido alguna relación con la cultura alemana, los que la conocían. Es cierto que el papa Benedicto XVI, compatriota suyo, extendió su fama. Le dedicó dos catequesis en sus audiencias generales de los miércoles, el 1 y el 8 de septiembre de 2010, y después la canonizó como Santa de la Iglesia Universal el 10 de mayo de 2012, confirmando en el santoral católico su fiesta el 17 de septiembre.

Finalmente la nombró, solemnemente, Doctora de la Iglesia Católica el mismo día que nombró al español San Juan de Ávila, en otoño del año 2012.

Nació en su casa solariega en Bemersheim (Alemania), no lejos de Mainz (Maguncia), en el año 1098.
Falleció en el monasterio de San Ruperto, situado en la colina de Rupertsberg cerca del Rin, no lejos de la ciudad de Bingen, en el año 1179.
 
Hildegarda fue una niña débil y enfermiza, y no recibió en su hogar más que una educación elemental. Sus padres, que eran muy religiosos, la ofrecieron para el servicio de Dios. A la edad de ocho años fue confiada al cuidado de Jutta von Sponheim, prima suya, que vivía recluida como monja en un anexo femenino al monasterio de san Disibodo (Disibodenberg), en la diócesis de Espira (Speyer). Hildegarda no recibió mucha instrucción. Se le enseñó a leer y escribir y a cantar los salmos en latín, lo suficiente para poder participar en el rezo del Oficio Divino.

Años después, cuando ya había sido elegida como abadesa de su comunidad benedictina, fundó un nuevo monasterio femenino independiente del de sus hermanos benedictinos, por mandato divino, como ella misma relata. Escogió la colina de Rupertsberg cerca de Bingen en la orilla izquierda del Rin, a unos 24 kilómetros del monasterio de san Disibodo. Contando con la ayuda de su familia, tras superar muchas dificultades y con los permisos necesarios, se estableció en su nuevo monasterio con dieciocho hermanas alrededor del año 1150.

Diez años antes ya había recibido el mandato de escribir y divulgar lo que veía y oía. Se resistió, por miedo a lo que pudieran pensar o decir. Pero la voz interior no paró de apremiarla hasta que acabo por obedecer. En el año 1141 Hildegarda comenzó a escribir su obra principal, Scivias, (Scire vías Domini ó Vías lucís, “Conoce los Caminos”).

Algunos fragmentos del Scivias fueron sometidos al obispo y al clero de Maguncia que los declararon provenientes de Dios. Hildegarda también recurrió a San Bernardo de Claraval, gran luminaria de la Iglesia, para que la aconsejara. No solo recibió la aprobación de este santo monje sino que incluso el Papa Eugenio III, en el Sínodo de Tréveris en 1147-1148 con el informe favorable de una comisión de teólogos y obispos, dictaminó: «Sus obras son conformes a la fe y son como las de los antiguos profetas» y escribió a Hildegarda animándola a continuar la obra y autorizando su publicación.

A partir de entonces escribió numerosas obras, tanto teológicas como sobre el ser humano, la naturaleza, las enfermedades y su curación… sin dejar sus obligaciones como abadesa de dos monasterios, su correspondencia con nobles, reyes y eclesiásticos y sus viajes para predicar por amplias zonas de Alemania ya con una edad muy avanzada sobre todo para aquella época.

Murió santamente y fue enterrada en la iglesia de su monasterio de Rupertsberg. Al morir apareció en el cielo una gran cruz luminosa, que fue interpretado por su contemporáneos como una señal de que al fin, Hildegarda, se había encontrado con su “Luz” que tantas cosas le había mostrado a lo largo de su vida.
 
Hildegarda fue muy venerada ya en vida y después de su muerte. Era tal la afluencia de peregrinos a su tumba, pidiéndole milagros y tantos los prodigios que se realizaban por su intercesión, que el obispo de Maguncia, poco después de su muerte, se presentó en su tumba y le prohibió, invocando la santa obediencia, hacer más milagros. Ella obedeció, tuvieron que pasar casi 800 años para que otro obispo revocase aquella prohibición de su antecesor en el episcopado. En efecto en 1857 el obispo de Limburg revocó la prohibición e hizo un reconocimiento oficial de sus restos y el pueblo de Eibingen la escogió como patrona.